He cenado con una antigua conocida, alguien que, en su día, apareció en estas páginas. Ambos tenemos cuentas pendientes el uno con el otro, así que hemos empezado a saldarlas.
La cena ha sido tranquila, deliciosa, interesante y, a su perversa manera, un encantador concurso de esgrima verbal. Oh, la de cosas que llegamos a decir para no expresar lo que verdaderamente queremos comunicar y que, sin embargo, queda manifiestamente claro.
Que pena que la conozca lo suficiente para saber que sus paradas y estoques sólo ocultan una hambre de sexo desmedida. Le ha quitado la gracia a los intercambios orales y ha privado al flirteo de todo riesgo, porque realmente no había nada en juego, yo no podía decir nada que lo arruinara todo, pero ha sido divertido, pese a todo.
Me mira como si yo fuera su próxima presa, ni se molesta en disimular lo que busca, y eso me divierte a la par que me recuerda lo peligroso que es tratar con ella.
Bien, veamos hasta dónde está dispuesta a llegar.
Y no, no ha habido sexo.
Gros bisous,
P.